EL CORRAL DEL CARBÓN. (Por M. Lago)

MANUEL LAGO CUADRO. Natural de Ceuta y residente en Montcada i Reixac (Barcelona). Autor del libro “Ceuta… la cara oculta”, y “Ganador del 1er. Premio de Narrativa Corta patrocinado por la Casa de Ceuta en Barcelona 2005, con la obra titulada “El Éxodo”. Colaborador de la revista “ABYLA” de la Casa de Ceuta en Barcelona. Amante de las Narrativas y Poesías. E-Mail: mlago@montcada.org

27 junio 2006

TODO SE PIERDE...

Y tanto que se pierde, hasta nuestra forma de ser y las buenas maneras, ¡qué corcho!. Plaza de la Constitución o Puente Almina. Típico almacén de ultramarinos, tabernas, casas de comidas, era un distrito tan formal, casi un poco estirado y no propenso a frivolidades; aunque en una de esas esquinas, donde ahora hay una de esas omnipresentes cajas de ahorros, hubo un gran y conocido almacén, para qué dar nombre si no hace falta, desprendía fuerte olor a vinos, como una de esas antíguas cafeteras de alambique que parecían pertenecer al ámbito de la física recreativa.
Es cierto que no abundaban los restaurantes y otros centros básicos, pero en su lugar existían casas, calles pequeñas y estrechas, monótonas, plácidas, esas calles pintorescas y recovecos de decoración curvos que hoy ya no exiten; ahora abundan los grandes y majestuosos restaurantes y cafeterías, como si la ciudad tuviese hambre atrasada, hoteles de convenciones que no se sabe qué gestionan o solucionan.
La ciudad que fue el reino de la paz y tranquilidad ha dejado de serlo; la burguesía, en la medida en que sigue siendo alta, emigra a otros lugares de más tono, como es la costa del sur peninsular, sobre todo los fines de semana para hacerse distinguir, dejando aquí jirones de grandeza; ancianos, jubilados, familias empobrecidas por el paro.
En ese gran ensanche que es nuestra Gran Vía, el Revellín, Plaza de los Reyes, las viviendas se han convertido en oficinas, porque sólo una empresa puede pagar lo que valen ahora; aunque también hay herederos de buenas familias de antaño, un poco de vuelta de su progresismo juvenil. Ahora, aquél sello indeleble de aburrimiento que daba sensación de seguridad es ya un recuerdo borroso, pero la cosa aún tiene caché, confort, detalles que no tienen precio, como la necesidad imperiosa de tener que construir hoteles que la ciudad muchas veces ha necesitado para que deslumbre y maraville, ¿a quién? ¿al forastero?.
Hace mucho tiempo, años, el espíritu era orden, quizás algo bohemio, pero ahora esas calles se han hecho cada vez más jaraneras; se multiplican los clubes, las discotecas, las tiendas caras y un poco estrambóticas y demás antros de perdición. El mercado también se rejuvenece: los mercados nunca son tristes ni aburridos, cultivan las buenas maneras, la ceremonia, los vendedores interpelan a la clientela con confianza, no sin interesado cariño, es natural todos se conocen.
¡Ay, ese centro neurálgico!, entre dos aguas, entre dos tiempos, como una ciudadela asediada por todas partes, con murallas invisibles que tienen ya brochas por donde irrumpe más que el presente, el futuro. Si el consuelo es la caida de la tarde, cuando con las primeras sombras, todo parece igual que lo que fue.
M. Lago