EL CORRAL DEL CARBÓN. (Por M. Lago)

MANUEL LAGO CUADRO. Natural de Ceuta y residente en Montcada i Reixac (Barcelona). Autor del libro “Ceuta… la cara oculta”, y “Ganador del 1er. Premio de Narrativa Corta patrocinado por la Casa de Ceuta en Barcelona 2005, con la obra titulada “El Éxodo”. Colaborador de la revista “ABYLA” de la Casa de Ceuta en Barcelona. Amante de las Narrativas y Poesías. E-Mail: mlago@montcada.org

26 octubre 2007

¡Y QUÉ RAZÓN!

Mucho antes de recibir un duplicado de llaves de acceso a la entidad, solía esperar a que algunos de los compañeros encargados abriera la puerta de acceso. Mientras esto ocurría, a veces, me acercaba a saborear un delicioso café en uno de esos bares familiares en el que nunca (por suerte), se ven turistas de paso. En la avenida de Prim y muy cerca del centro, en un bar frecuentado por parroquianos, currantes de talleres cercanos y jóvenes mileuristas, dos parejas de jóvenes almorzaban en un ricón del establecimieno, en cuya pared, unos carteles a todo color ofrecían un idílico paisaje de la "Alhambra de Granada", el "Generalife" y la "Alpujarra". Enseguida, se da cuenta uno de que tal vez los dueños, fueron de aquellos primeros emigrados de los años sesenta, porque de lo contrario los murales no se comprenderían. Mientras los cuatro apuraban los bocadillos y el tiempo, hablaban acaloradamente.
- Estic fins al monyo (Estoy hasta el moño), - decía una de las jóvenes.
- Pero, ¿tú entraste a la empresa por mediación de una E.T.T.?
- No. Me hicieron fija desde un primer momento, y voy a hacer tres años. Pero no es ese el caso. No pienso estar aquí toda la vida. No estaré aquí tanto tiempo como lleva Sergi. Intentaré encontrar una multinacional, las familiares funcionan de forma diferente... En las grandes empresas existen intensivos, ayudas familiares, escalas profesionales, sindicatos, aumentos anuales y un sinfin de cosas. Aquí no.
- ¿Al mes cuánto? - pregunta uno de los jóvenes.
Y casi por inercia, bajan el rostro los cuatro al tiempo que la voz, como queriendo confiar un secreto:
- Novecientos ochenta y cinco. No llegamos a final de mes nunca. Entre el alquiler del piso, comer, vestir, agua y luz y algunas cosas extras que salen siempre. Ahora estamos esperanzados a la extraordinaria, que por cierto, nunca es en su día.
- Mi empresa es algo más seria, pero tampoco paga tanto. Estamos condenados de por vida a la ayuda de la familia e incluso los fines de semana a hacer de estatua en las Ramblas.
- A mí la extra de verano me la pagaron cuando volví del período vacacional, que por cierto, no pudimos ir a ningún sitio, porque, ¿a qué lugar vamos a ir si apenas nos llega?
- ...
- Ya te digo, la mensualidad solemos cobrarla la segunda semana de cada mes. Esto es un asco chicos. A veces me dan ganas de mandarlo todo a la mierda.
- Pero la empresa, ¿cómo va?
- Todos creemos que va bien. Sin embargo, la forma de pagar al personal no creemos que sea la más adecuada. Hay producción y sale. Como no hay sindicatos, estamos todos vendidos como la propia mercancia que sale.
- Y el personal de oficinas, ¿qué opina de todo eso? Deben de saberlo.
- Los muy putas callan, no dicen nada. Y la cosa es que ellos están están como todos nosotro. Además, el grado de satisfacción profesional es bueno, pero... A ver, creemos que la empresa va bien, y la producción sale, ¡pero, es que nadie lo nota, tía!
- Es la hora, ¿tomamos café?
- No sé adonde vamos a llegar. Estoy cabreada.
Uno de los chicos les advierte del tiempo que llevan y que los que se van a cabrear de verdad, son los jefes. Tienen que fichar.
Como a un gato que le pisan el rabo, se levantan rápido, casi tiran lo que tienen en la mesa, pagan al dueño que les tenían preparada la cuenta y...salen disparados como un rayo.

27 junio 2006

TODO SE PIERDE...

Y tanto que se pierde, hasta nuestra forma de ser y las buenas maneras, ¡qué corcho!. Plaza de la Constitución o Puente Almina. Típico almacén de ultramarinos, tabernas, casas de comidas, era un distrito tan formal, casi un poco estirado y no propenso a frivolidades; aunque en una de esas esquinas, donde ahora hay una de esas omnipresentes cajas de ahorros, hubo un gran y conocido almacén, para qué dar nombre si no hace falta, desprendía fuerte olor a vinos, como una de esas antíguas cafeteras de alambique que parecían pertenecer al ámbito de la física recreativa.
Es cierto que no abundaban los restaurantes y otros centros básicos, pero en su lugar existían casas, calles pequeñas y estrechas, monótonas, plácidas, esas calles pintorescas y recovecos de decoración curvos que hoy ya no exiten; ahora abundan los grandes y majestuosos restaurantes y cafeterías, como si la ciudad tuviese hambre atrasada, hoteles de convenciones que no se sabe qué gestionan o solucionan.
La ciudad que fue el reino de la paz y tranquilidad ha dejado de serlo; la burguesía, en la medida en que sigue siendo alta, emigra a otros lugares de más tono, como es la costa del sur peninsular, sobre todo los fines de semana para hacerse distinguir, dejando aquí jirones de grandeza; ancianos, jubilados, familias empobrecidas por el paro.
En ese gran ensanche que es nuestra Gran Vía, el Revellín, Plaza de los Reyes, las viviendas se han convertido en oficinas, porque sólo una empresa puede pagar lo que valen ahora; aunque también hay herederos de buenas familias de antaño, un poco de vuelta de su progresismo juvenil. Ahora, aquél sello indeleble de aburrimiento que daba sensación de seguridad es ya un recuerdo borroso, pero la cosa aún tiene caché, confort, detalles que no tienen precio, como la necesidad imperiosa de tener que construir hoteles que la ciudad muchas veces ha necesitado para que deslumbre y maraville, ¿a quién? ¿al forastero?.
Hace mucho tiempo, años, el espíritu era orden, quizás algo bohemio, pero ahora esas calles se han hecho cada vez más jaraneras; se multiplican los clubes, las discotecas, las tiendas caras y un poco estrambóticas y demás antros de perdición. El mercado también se rejuvenece: los mercados nunca son tristes ni aburridos, cultivan las buenas maneras, la ceremonia, los vendedores interpelan a la clientela con confianza, no sin interesado cariño, es natural todos se conocen.
¡Ay, ese centro neurálgico!, entre dos aguas, entre dos tiempos, como una ciudadela asediada por todas partes, con murallas invisibles que tienen ya brochas por donde irrumpe más que el presente, el futuro. Si el consuelo es la caida de la tarde, cuando con las primeras sombras, todo parece igual que lo que fue.
M. Lago